Atención...¡atención! Suenan las trompetas del conocimiento serio anunciando la última gran explicación. La ciencia está por dar en el blanco, la ciencia ya casi lo sabe; ¡señoras y señores, estamos en condiciones de afirmar que nos encontramos cada vez más cerca de explicar qué es el amor!
Por ahora sabemos esto, ¡y lo dice la ciencia, por lo que es irrebatible para los legos! Sólo la comunidad científica está autorizada a refutar esto.
Esto salió en clarín, "el gran diario argentino" (algún día habrá que eliminar los diarios, la mentira de la libertad de prensa):
"La última vez que tuvo sexo, casi seguro que no tenía ninguna idea en su cabeza. Si era el sexo de siempre con su pareja de siempre, del tipo que –la verdad sea dicha– es el que usted tiene casi siempre, su mente puede haberse dispersado hacia cuestiones decididamente no eróticas como el saldo de su cuenta bancaria. Si era el tipo de sexo que no debería haber mantenido –del tipo que ya lamentaba mientras se estaba produciendo–, probablemente ya estaba previendo las posibles consecuencias. Pero si era esa clase de sexo que representaba la razón por la cual estaba teniendo sexo –esa clase de sexo que lo deja a uno sin aliento, en el que uno entrega el cuerpo– es probable que su yo racional haya desaparecido. Perder las facultades en una cuestión como el sexo no ha de haber resultado demasiado lógico para una especie como la nuestra, que siempre dependió de su ingenio. Después de todo, una sabana llena de predadores no era un lugar para distraerse, precisamente. Pero el atractivo de perder nuestras facultades es una de las cosas que hacen excitante al sexo (y una de las cosas que mantienen a la especie). En lo que a nuestros genes respecta, nuestra tarea principal es concebir una prole, llevarla a la vida adulta y morir. Lo que nos insta a procrear ahora y a procrear mucho... Pero el apareamiento y los rituales que lo rodean también nos hacen perder el control de otras maneras, maneras que son más difíciles de explicar por el simple imperativo de hacer bebés. Está también la idea trascendente de ternura que sentimos hacia una persona que despierta nuestro interés. Está también el sentimiento sublime de alivio y gratificación cuando ese interés es correspondido. Están también las flores que compramos y las poesías que escribimos para un/a amante que está lejos. ¿Y vivimos todo ese ajetreo sólo para que un espermatozoide fecunde a un óvulo? Los seres humanos armamos mucho alboroto por muchas cosas, pero con nada como con el romanticismo. Podemos erigir instituciones enteras alrededor del ritual de comer, pero no nos vuelve rematadamente locos. El romance... sí. Lo que los científicos –ni hablar del resto de nosotros– quieren saber es qué nos vuelve tan locos con el amor. ¿Por qué nos tomamos la molestia de ese ejercicio tan elaborado de danza de seducción y flirteos, de guiños y señas, de alegría y dolor? "Tenemos una comprensión muy limitada de lo que es el romance en un sentido científico", admite John Bancroft, director del Kinsey Institute, un lugar donde saben mucho sobre la forma en que los seres humanos se aparean. Pero esa comprensión limitada está en vías de expansión. Cuantos más análisis realizan los científicos, más pueden separar el romance en sus ramas individuales: los procesos visuales, auditivos, olfativos, táctiles y neuroquímicos que lo posibilitan. Es probable que ninguna de estas cosas sea necesaria si sólo se trata de procrear, pero todas son esenciales para algo más grande. Recién está empezando a aclararse qué es ese algo, y cómo lo alcanzamos. SALIR A BUSCAR Si la conducta reproductiva humana es complicada se debe en parte a que está pensada para servir a dos objetivos en conflicto. Por un lado, tenemos un fuerte impulso a aparearnos. Por el otro, queremos aparearnos bien para que nuestra prole sobreviva. Si usted es mujer, solamente tiene un número limitado de tiradas de dados reproductivas en la vida. Si es hombre, hay un incentivo poderoso a limitar las copulaciones a la hembra capaz de darle algunas crías fuertes solamente. Por esa razón, en cuanto alcanzamos la madurez sexual aprendemos a buscar los indicios de buenos genes y aptitud reproductiva en parejas potenciales y, lo que es muy importante, a exhibirnos ante ellas. "Todo humano es descendiente de un largo linaje de parejas –dice David Buss, psicólogo evolucionista–. Nos hemos adaptado para escoger ciertos tipos de parejas y a cumplir los deseos del sexo opuesto." Uno de los más primordiales de esos deseos es que una posible pareja huela bien. Los olores agradables y desagradables no se diferencian esencialmente entre sí –ambos son nada más que moléculas que emanan de un objeto– pero los humanos, como todo animal, aprenden rápido a asignar valores a esos aromas, y luego se sienten atraídos o no por ellos. La ilustración más conocida de la influencia invisible del perfume es la forma en que los ciclos menstruales de las mujeres que viven en comunidad tienden a sincronizarse. En un estado de vida salvaje, es una excelente idea. A una tribu no le conviene que una mujer que está ovulando monopolice la atención reproductiva de demasiados varones. Mejor hacer que todas las mujeres sean fértiles al mismo tiempo y permitir que las potenciales parejas más aptas compitan por ellas. Pero, ¿cómo se lo señala una mujer al resto? La respuesta es casi seguro el olor. Es sabido que las feromonas –sustancias químicas que indican el olor– existen en los animales, y aunque a los científicos les costó mucho desenmarañar el sistema feromonal en los humanos, lograron aislar algunos de los componentes. Un tipo de feromonas conocidas como impulsoras parecen afectar los sistemas endócrinos de los otros. "Se piensa que hay una mujer impulsora que deja algo que cambia el inicio de la menstruación en las otras mujeres", dice el químico Charles Wysocki. EL EXTASIS VIAJA EN BESO Menos sorprendente que la importancia de cómo huele una pareja es cómo se ve y cómo suena una pareja. Los humanos nos sentimos sumamente atraídos por una cara atractiva y una forma sexy. Los hombres ven pechos grandes y caderas anchas como indicadores de la capacidad de la mujer para tener y criar hijos (aunque la mayoría no piense en esas cuestiones con tanta lucidez). Las mujeres ven una espalda y un pecho amplios como un signo de alguien que puede conseguir una provisión estable de carne y mantener a los leones lejos de la cueva. Y si bien un pecho velludo y una barba tupida cayeron en desgracia, son históricamente –e inconscientemente– vistos como signos de fertilidad y fuerza. Una voz grave, también alimentada por la testosterona, puede tener un poder igualmente seductor. En la Universidad de Albany llevaron a cabo hace poco una investigación en la que hicieron que 149 voluntarios escucharan grabaciones de voces de hombres y mujeres y que después calificara la forma en que sonaban en una escala que iba de "muy poco atractiva" a "muy atractiva". En líneas generales, las personas cuyas voces recibieron más puntaje respecto de su atractivo también tenían los rasgos físicos considerados sexualmente seductores: hombros anchos en los hombres y una relación cintura/cadera baja en las mujeres. "Una voz sexy podría transmitir información sutil sobre la configuración del cuerpo y el comportamiento sexual", dice el psicólogo Gordon Gallup, coautor del estudio. Hoy, se sabe que la tempestad química interna que nos une alcanza su pico cuando se ve involucrado el sexo. Si es fácil para una mirada transformarse en un beso y para un beso ser mucho más, es porque nuestro sistema está cableado para que nos cueste volver atrás una vez excitados. Y no es casual que el beso sea la primera trampa. Al besar se amplifican las otras señales de la atracción: el olor pasa al primer plano, como los sonidos y la respiración... "En el momento de un beso, se produce un intercambio rico y complicado de información postural, física y química –dice Gallup–. Hay mecanismos estructurados que procesan todo esto." Y hay más: cada beso también puede transportar una confusión química, valiéndose del varón. Si bien la testosterona se encuentra en concentraciones más altas en los hombres que en las mujeres, está presente en ambos géneros y es esencial para mantener los estados de excitación. Restos de testosterona llegan a la saliva de los hombres, y es posible que besarse mucho durante un período prolongado pueda pasar parte de ese afrodisíaco natural a la mujer, aumentando la excitación de ella y haciéndola más receptiva a una intimidad mayor todavía. LA QUIMICA DEL ROMANCE Si pudimos llegar a ser máquinas reproductoras muy eficaces, ¿para qué embrollar las cosas con el romanticismo? En primer lugar, tal vez no podamos evitarlo. El hecho de sentirse atraído por alguien no significa que esa persona vaya a corresponder, y hay pocas cosas que nos vuelvan más locos que algo que no podemos conseguir. Las costumbres culturales que advierten contra el sexo en la primera cita probablemente hayan surgido de razones prácticas como evitar el embarazo o las enfermedades de transmisión sexual, pero también tienen razones tácticas. Un hombre o mujer que ofrece voluntariamente sus servicios para hacer bebés con demasiada libertad puede no estar ofreciendo genes muy valiosos. El elaborado ritual de las salidas es la manera en que se produce esta evaluación. Cuando ese proceso rinde es cuando pega el golpe justamente la emoción del verdadero amor, y los estudios del cerebro con imágenes de resonancia magnética funcional (IRMF) muestran por qué es tan agradable. Las primeras IRMF de cerebros enamorados se tomaron en 2000, y revelaron que la sensación del romance es procesada en tres áreas. La primera es el área tegmental ventral, una acumulación de tejido en las regiones inferiores del cerebro, que son la refinería central del organismo para la dopamina. La dopamina lleva a cabo un montón de tareas, pero lo que más notamos es que regula la gratificación. Cuando ganamos una mano de póquer, una sacudida de la dopamina es la responsable de la emoción que viene a continuación. La antropóloga Helen Fisher llevó a cabo recientemente IRMFs en personas enamoradas desde hace poco tiempo y descubrió que sus áreas tegmentales ventrales trabajan de manera muy intensa. "Esta pequeña fábrica cerca de la base del cerebro está enviando dopamina a las regiones superiores –dice–. Crea deseo, motivación, conducta orientada a un objetivo... y éxtasis." Esta área no podría hacer su trabajo sola ni siquiera con su reserva intoxicante de dopamina. Después de todo, la mayoría de las personas a la larga abandonan la partida de póquer. Algo tiene que transformar el júbilo de una nueva pareja en lo que puede aproximarse a una obsesión y ese algo es el núcleo accumbens del cerebro, localizado levemente por encima y más alejado hacia adelante que el área tegmental ventral. Las señales de emoción que comienzan en la parte inferior del cerebro son procesadas en el núcleo accumbens a través no sólo de la dopamina sino también de la serotonina, y lo que es importantísimo, de la oxitocina, sustancia de la que están repletas las mamás en el parto y la lactancia. Las últimas escalas mayores para las señales de amor en el cerebro son los núcleos caudados, un par de estructuras a cada lado de la cabeza, cada una más o menos del tamaño de un camarón. Es aquí donde se almacenan modelos y hábitos mundanos, como saber escribir en un teclado y manejar un auto. Si aplicamos la misma permanencia al amor, con razón esa pasión temprana puede cuajar rápido en un compromiso a largo plazo. La idea de que una parte primaria del cerebro participa en el procesamiento del amor bastaría para que el sentimiento fuera poderoso. El hecho de que actúen tres hace que ese sentimiento sea agobiante. CEREBRO...¿Y NADA MAS? El problema con el romanticismo es que también puede tomarnos el pelo, sobre todo cuando nos convence de que hemos encontrado a la persona indicada sólo para echar por tierra más tarde nuestras expectativas. La adrenalina es una aliada que tiene el mal amor para escabullirse en nuestros perímetros. Cualquier experiencia emocional abrumadora que engancha a nuestro sistema sensorial puede distorsionar nuestras percepciones, convenciéndonos de correr el riesgo con alguien que deberíamos evitar. El psicólogo Arthur Aron dice que quienes se conocen durante una crisis son mucho más propensos a creer que encontraron a la persona indicada. "No es que nos enamoramos de esas personas porque son enormemente atractivas –dice–. Es que parecen enormemente atractivas porque nos enamoramos de ellas". ¿Y qué pasa cuando el amor no es correspondido? En estudios de IRMF que se hicieron a personas que fueron rechazadas pero no se dan por vencidas, se ve que tienen actividad en el núcleo caudado, pero sobre todo en una parte adyacente a una región cerebral asociada a la adicción. ¿Y entonces? Así las cosas, tal vez el amor no sea nada más que filigrana reproductiva, un poco de decoración que nos hace querer perpetuar la especie, pero nada podría convencer a una persona enamorada de que no hay algo más en acción (y nadie desearía ser convencido). Es una ciencia loca que ojalá nunca encuentre la respuesta."
Una sarta de estupideces, de prejuicios. ¡Una ensalada de sentido común!
Otra vez observamos la misma torpeza en el discurso científico sobre los sentimientos, lo que se veía en un post anterior (el de siempre la misma cantinela), un enroque al discurso.
Por ahora sabemos esto, ¡y lo dice la ciencia, por lo que es irrebatible para los legos! Sólo la comunidad científica está autorizada a refutar esto.
Esto salió en clarín, "el gran diario argentino" (algún día habrá que eliminar los diarios, la mentira de la libertad de prensa):
"La última vez que tuvo sexo, casi seguro que no tenía ninguna idea en su cabeza. Si era el sexo de siempre con su pareja de siempre, del tipo que –la verdad sea dicha– es el que usted tiene casi siempre, su mente puede haberse dispersado hacia cuestiones decididamente no eróticas como el saldo de su cuenta bancaria. Si era el tipo de sexo que no debería haber mantenido –del tipo que ya lamentaba mientras se estaba produciendo–, probablemente ya estaba previendo las posibles consecuencias. Pero si era esa clase de sexo que representaba la razón por la cual estaba teniendo sexo –esa clase de sexo que lo deja a uno sin aliento, en el que uno entrega el cuerpo– es probable que su yo racional haya desaparecido. Perder las facultades en una cuestión como el sexo no ha de haber resultado demasiado lógico para una especie como la nuestra, que siempre dependió de su ingenio. Después de todo, una sabana llena de predadores no era un lugar para distraerse, precisamente. Pero el atractivo de perder nuestras facultades es una de las cosas que hacen excitante al sexo (y una de las cosas que mantienen a la especie). En lo que a nuestros genes respecta, nuestra tarea principal es concebir una prole, llevarla a la vida adulta y morir. Lo que nos insta a procrear ahora y a procrear mucho... Pero el apareamiento y los rituales que lo rodean también nos hacen perder el control de otras maneras, maneras que son más difíciles de explicar por el simple imperativo de hacer bebés. Está también la idea trascendente de ternura que sentimos hacia una persona que despierta nuestro interés. Está también el sentimiento sublime de alivio y gratificación cuando ese interés es correspondido. Están también las flores que compramos y las poesías que escribimos para un/a amante que está lejos. ¿Y vivimos todo ese ajetreo sólo para que un espermatozoide fecunde a un óvulo? Los seres humanos armamos mucho alboroto por muchas cosas, pero con nada como con el romanticismo. Podemos erigir instituciones enteras alrededor del ritual de comer, pero no nos vuelve rematadamente locos. El romance... sí. Lo que los científicos –ni hablar del resto de nosotros– quieren saber es qué nos vuelve tan locos con el amor. ¿Por qué nos tomamos la molestia de ese ejercicio tan elaborado de danza de seducción y flirteos, de guiños y señas, de alegría y dolor? "Tenemos una comprensión muy limitada de lo que es el romance en un sentido científico", admite John Bancroft, director del Kinsey Institute, un lugar donde saben mucho sobre la forma en que los seres humanos se aparean. Pero esa comprensión limitada está en vías de expansión. Cuantos más análisis realizan los científicos, más pueden separar el romance en sus ramas individuales: los procesos visuales, auditivos, olfativos, táctiles y neuroquímicos que lo posibilitan. Es probable que ninguna de estas cosas sea necesaria si sólo se trata de procrear, pero todas son esenciales para algo más grande. Recién está empezando a aclararse qué es ese algo, y cómo lo alcanzamos. SALIR A BUSCAR Si la conducta reproductiva humana es complicada se debe en parte a que está pensada para servir a dos objetivos en conflicto. Por un lado, tenemos un fuerte impulso a aparearnos. Por el otro, queremos aparearnos bien para que nuestra prole sobreviva. Si usted es mujer, solamente tiene un número limitado de tiradas de dados reproductivas en la vida. Si es hombre, hay un incentivo poderoso a limitar las copulaciones a la hembra capaz de darle algunas crías fuertes solamente. Por esa razón, en cuanto alcanzamos la madurez sexual aprendemos a buscar los indicios de buenos genes y aptitud reproductiva en parejas potenciales y, lo que es muy importante, a exhibirnos ante ellas. "Todo humano es descendiente de un largo linaje de parejas –dice David Buss, psicólogo evolucionista–. Nos hemos adaptado para escoger ciertos tipos de parejas y a cumplir los deseos del sexo opuesto." Uno de los más primordiales de esos deseos es que una posible pareja huela bien. Los olores agradables y desagradables no se diferencian esencialmente entre sí –ambos son nada más que moléculas que emanan de un objeto– pero los humanos, como todo animal, aprenden rápido a asignar valores a esos aromas, y luego se sienten atraídos o no por ellos. La ilustración más conocida de la influencia invisible del perfume es la forma en que los ciclos menstruales de las mujeres que viven en comunidad tienden a sincronizarse. En un estado de vida salvaje, es una excelente idea. A una tribu no le conviene que una mujer que está ovulando monopolice la atención reproductiva de demasiados varones. Mejor hacer que todas las mujeres sean fértiles al mismo tiempo y permitir que las potenciales parejas más aptas compitan por ellas. Pero, ¿cómo se lo señala una mujer al resto? La respuesta es casi seguro el olor. Es sabido que las feromonas –sustancias químicas que indican el olor– existen en los animales, y aunque a los científicos les costó mucho desenmarañar el sistema feromonal en los humanos, lograron aislar algunos de los componentes. Un tipo de feromonas conocidas como impulsoras parecen afectar los sistemas endócrinos de los otros. "Se piensa que hay una mujer impulsora que deja algo que cambia el inicio de la menstruación en las otras mujeres", dice el químico Charles Wysocki. EL EXTASIS VIAJA EN BESO Menos sorprendente que la importancia de cómo huele una pareja es cómo se ve y cómo suena una pareja. Los humanos nos sentimos sumamente atraídos por una cara atractiva y una forma sexy. Los hombres ven pechos grandes y caderas anchas como indicadores de la capacidad de la mujer para tener y criar hijos (aunque la mayoría no piense en esas cuestiones con tanta lucidez). Las mujeres ven una espalda y un pecho amplios como un signo de alguien que puede conseguir una provisión estable de carne y mantener a los leones lejos de la cueva. Y si bien un pecho velludo y una barba tupida cayeron en desgracia, son históricamente –e inconscientemente– vistos como signos de fertilidad y fuerza. Una voz grave, también alimentada por la testosterona, puede tener un poder igualmente seductor. En la Universidad de Albany llevaron a cabo hace poco una investigación en la que hicieron que 149 voluntarios escucharan grabaciones de voces de hombres y mujeres y que después calificara la forma en que sonaban en una escala que iba de "muy poco atractiva" a "muy atractiva". En líneas generales, las personas cuyas voces recibieron más puntaje respecto de su atractivo también tenían los rasgos físicos considerados sexualmente seductores: hombros anchos en los hombres y una relación cintura/cadera baja en las mujeres. "Una voz sexy podría transmitir información sutil sobre la configuración del cuerpo y el comportamiento sexual", dice el psicólogo Gordon Gallup, coautor del estudio. Hoy, se sabe que la tempestad química interna que nos une alcanza su pico cuando se ve involucrado el sexo. Si es fácil para una mirada transformarse en un beso y para un beso ser mucho más, es porque nuestro sistema está cableado para que nos cueste volver atrás una vez excitados. Y no es casual que el beso sea la primera trampa. Al besar se amplifican las otras señales de la atracción: el olor pasa al primer plano, como los sonidos y la respiración... "En el momento de un beso, se produce un intercambio rico y complicado de información postural, física y química –dice Gallup–. Hay mecanismos estructurados que procesan todo esto." Y hay más: cada beso también puede transportar una confusión química, valiéndose del varón. Si bien la testosterona se encuentra en concentraciones más altas en los hombres que en las mujeres, está presente en ambos géneros y es esencial para mantener los estados de excitación. Restos de testosterona llegan a la saliva de los hombres, y es posible que besarse mucho durante un período prolongado pueda pasar parte de ese afrodisíaco natural a la mujer, aumentando la excitación de ella y haciéndola más receptiva a una intimidad mayor todavía. LA QUIMICA DEL ROMANCE Si pudimos llegar a ser máquinas reproductoras muy eficaces, ¿para qué embrollar las cosas con el romanticismo? En primer lugar, tal vez no podamos evitarlo. El hecho de sentirse atraído por alguien no significa que esa persona vaya a corresponder, y hay pocas cosas que nos vuelvan más locos que algo que no podemos conseguir. Las costumbres culturales que advierten contra el sexo en la primera cita probablemente hayan surgido de razones prácticas como evitar el embarazo o las enfermedades de transmisión sexual, pero también tienen razones tácticas. Un hombre o mujer que ofrece voluntariamente sus servicios para hacer bebés con demasiada libertad puede no estar ofreciendo genes muy valiosos. El elaborado ritual de las salidas es la manera en que se produce esta evaluación. Cuando ese proceso rinde es cuando pega el golpe justamente la emoción del verdadero amor, y los estudios del cerebro con imágenes de resonancia magnética funcional (IRMF) muestran por qué es tan agradable. Las primeras IRMF de cerebros enamorados se tomaron en 2000, y revelaron que la sensación del romance es procesada en tres áreas. La primera es el área tegmental ventral, una acumulación de tejido en las regiones inferiores del cerebro, que son la refinería central del organismo para la dopamina. La dopamina lleva a cabo un montón de tareas, pero lo que más notamos es que regula la gratificación. Cuando ganamos una mano de póquer, una sacudida de la dopamina es la responsable de la emoción que viene a continuación. La antropóloga Helen Fisher llevó a cabo recientemente IRMFs en personas enamoradas desde hace poco tiempo y descubrió que sus áreas tegmentales ventrales trabajan de manera muy intensa. "Esta pequeña fábrica cerca de la base del cerebro está enviando dopamina a las regiones superiores –dice–. Crea deseo, motivación, conducta orientada a un objetivo... y éxtasis." Esta área no podría hacer su trabajo sola ni siquiera con su reserva intoxicante de dopamina. Después de todo, la mayoría de las personas a la larga abandonan la partida de póquer. Algo tiene que transformar el júbilo de una nueva pareja en lo que puede aproximarse a una obsesión y ese algo es el núcleo accumbens del cerebro, localizado levemente por encima y más alejado hacia adelante que el área tegmental ventral. Las señales de emoción que comienzan en la parte inferior del cerebro son procesadas en el núcleo accumbens a través no sólo de la dopamina sino también de la serotonina, y lo que es importantísimo, de la oxitocina, sustancia de la que están repletas las mamás en el parto y la lactancia. Las últimas escalas mayores para las señales de amor en el cerebro son los núcleos caudados, un par de estructuras a cada lado de la cabeza, cada una más o menos del tamaño de un camarón. Es aquí donde se almacenan modelos y hábitos mundanos, como saber escribir en un teclado y manejar un auto. Si aplicamos la misma permanencia al amor, con razón esa pasión temprana puede cuajar rápido en un compromiso a largo plazo. La idea de que una parte primaria del cerebro participa en el procesamiento del amor bastaría para que el sentimiento fuera poderoso. El hecho de que actúen tres hace que ese sentimiento sea agobiante. CEREBRO...¿Y NADA MAS? El problema con el romanticismo es que también puede tomarnos el pelo, sobre todo cuando nos convence de que hemos encontrado a la persona indicada sólo para echar por tierra más tarde nuestras expectativas. La adrenalina es una aliada que tiene el mal amor para escabullirse en nuestros perímetros. Cualquier experiencia emocional abrumadora que engancha a nuestro sistema sensorial puede distorsionar nuestras percepciones, convenciéndonos de correr el riesgo con alguien que deberíamos evitar. El psicólogo Arthur Aron dice que quienes se conocen durante una crisis son mucho más propensos a creer que encontraron a la persona indicada. "No es que nos enamoramos de esas personas porque son enormemente atractivas –dice–. Es que parecen enormemente atractivas porque nos enamoramos de ellas". ¿Y qué pasa cuando el amor no es correspondido? En estudios de IRMF que se hicieron a personas que fueron rechazadas pero no se dan por vencidas, se ve que tienen actividad en el núcleo caudado, pero sobre todo en una parte adyacente a una región cerebral asociada a la adicción. ¿Y entonces? Así las cosas, tal vez el amor no sea nada más que filigrana reproductiva, un poco de decoración que nos hace querer perpetuar la especie, pero nada podría convencer a una persona enamorada de que no hay algo más en acción (y nadie desearía ser convencido). Es una ciencia loca que ojalá nunca encuentre la respuesta."
Una sarta de estupideces, de prejuicios. ¡Una ensalada de sentido común!
Otra vez observamos la misma torpeza en el discurso científico sobre los sentimientos, lo que se veía en un post anterior (el de siempre la misma cantinela), un enroque al discurso.
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